martes, 9 de noviembre de 2010

TIERRA INHOSPITA

En apariencia, el árido territorio que se extiende a lo largo de la costa pacífica de Sudamérica desde el paralelo 19º hasta el 25º no promete mucho: un paisaje lunar en el cual durante kilómetros y kilómetros no se descubre ningún rastro de vida. La zona está sujeta a fenómenos meteorológicos y geográficos que la convierten en una de las más inhóspitas. La combinación de las aguas heladas de la Corriente de Humboldt, que fluye desde la Antártica hacia el norte, y la muralla de cerca de mil metros de altura que constituye la Cordillera de la Costa frente al océano, hace que las nubes que se forman sobre la superficie marina se acumulen allí, reteniendo su humedad, sin moverse hacia el interior del continente ni generar lluvias locales. Así, el cielo sobre la estrecha franja costera suele estar nublado, mientras que el valle que se extiende detrás de la cadena de cerros es el lugar más árido del mundo. Comparado con el desierto de Atacama, el Sahara es una selva tropical. En el Atacama, el promedio de lluvia caída no supera los 25 mm al año. Pueden transcurrir décadas sin llover. Al pasar sobre este terreno agrietado y seco, las nieves andinas que se derriten y fluyen hacia el oeste -la mayor parte lo hace hacia el este- desaparecen absorbidas por las arenas, o conforman débiles arroyos demasiado salados para sustentar vida. Durante casi mil kilómetros de Arequipa (perú) a Copiapó (Chile), sólo el río Loa mantiene caudal suficiente para abrirse paso a través de la Cordillera de la Costa y llegar hasta el mar durante todo el año.
En los tiempos pre-coloniales, la franja costera y el desierto estaban virtualmente despoblados; sólo unas pocas comunidades indígenas vivían del generoso mar. A mediados del siglo XIX, no había cambiado mucho. El pequeño puerto de Cobija poseía un par de pozos y un juez de agua encargado de racionar el líquido potable entre los residentes. Como si ello no fuera suficiente para espantar colonos, la costa oriental de Sudamérica sufre frecuentes terremotos, acompañados a veces de matemotos. El sismo del 13 de agosto de 1868 produjo un tsunami que arrasó con las costas de Ecuador a Chile, pero fueron los puertos atacameños los más dañados; atrapados entre el mar y las colinas, el mar los barrió. Y esto sin mencionar las visitas de epidemias: la fiebre amarilla era común en verano y el cólera, una amenaza constante dada la escasez de agua potable.
Por lo demás, no existen muchos espacios donde instalar poblaciones. Las montañas costeras caen abruptamente al mar, dejando pocos lugares aptos para puertos. Las comunicaciones también eran un desafío. Cobija, fundada en 1587 como una salida alternativa para la producción de las minas de plata de la futura bolivia, estaba a más de 800 km de Potosí, la ciudad grande más cercana en el Altiplano. Esto se traducía en alrededor de un mes de viaje a lomo de mula, ya que no existían caminos para transportes sobre ruedas. La situación se repetía a lo largo de la costa. Los viajeros que querían trasladarse desde allí a alguna ciudad interior debían primero atravesar la cadena montañosa costera y luego un desierto antes de enfrentarse al desafío mayor, los Andes. Más difícil aún era viajar a lo largo de la costa, de norte a sur o viceversa. Una cosa era brincar de oasis en oasis a través de 160 km de desierto, cuando se viajaba de este a oeste, y otra muy distinta era sobrevivir a cientos de km infértiles, cortados por quebradas profundas, cuando se viajaba desde cualquier punto de Atacama a regiones pobladas de perú o Chile. Como consecuencia, todas las comunicaciones se hacían por barco.-

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